lunes, diciembre 25, 2006

El practicante

Esto me sucedió hace cuatro años, cuando cursaba el último año de secundaria. Me había formulado muchas expectativas para mi futuro, era demasiado indecisa y no había hallado aún mi verdadera vocación. Me sentía perturbada, por ello no dude en asistir a la psicóloga de mi escuela para realizar las pruebas de aptitudes y otras cosas que elaborábamos. Y escribo en plural, por que en mi adolescencia no solo fui indecisa sino también insegura, andando pues en uno de los tantos grupitos que en los salones suelen formarse. No el de los chancones, ni en el de los chongueros, mi grupo estaba formado por siete muchachas, en las que me incluyo. Las típicas chiquillas inseguras, burlonas, chanconas, de las que paran siempre en la luna, en fin era toda una variedad.

La preocupación sobre nuestro futuro y por obtener una respuesta inmediata, era compartida. Durante toda una semana íbamos a las dichosas pruebitas que solían hacernos, algo que pareció convertirse en un experimento de ratones, en el que nosotras cumplíamos aquel papel. Un dichoso papel necesario para nuestro tes se encontraba en manos de una psicóloga amiga de la nuestra que trabajaba en el Hospital Sergio Bernales, aquel que quedaba cerca de nuestro colegio.

Nos carcomían las ansias, por ello decidimos ir a buscar el famoso documento, sin embargo no hallamos a la famosa amiguita en la sección de psicología del hospital. Estábamos agotadas.
Saliendo del nosocomio una amiga mía me dijo: “Sandy, ¿viste al muchacho que entró?” Le respondí que no. “Es lindo, es un churro”, me repetía constantemente. Al principio me pareció muy gracioso que mi amiga hablara de esa manera, aquella muchachita que alardeaba su falta de interés por los muchachos, en ese entonces. Las demás lo tomamos con gracia y nos matábamos de la risa, sin embargo algo más que la risa me había embargado, la curiosidad.

Para hacer chacota, decidimos ingresar nuevamente al hospital en busca de aquel muchacho que había dejado muy inquieta a mi compañera, aunque no falto alguna que otra molestia de dos de mis amigas, que gracias a Dios no se encontraban en esa situación tan deprimente.

Buscamos al chico por todos lados, y nada. Fuimos hacia la capilla y allí rebuscaba al joven por los alrededores. Gire mi cabeza lentamente para encontrar a algún muchacho que cumpliera con la descripción, y cuando anduve volteando hacia mi amiga… Bom bom bom, mi corazón no paraba de latir en ese instante. Dios, esos ojos, jamás había visto belleza alguna. Me miró y lo mire. Quede perpleja, simplemente no tenia palabras para descifrar lo que sentía. De pronto el juego de niñas pasó a ser un juego de niñas locas, aunque no tan niñas.

El siguió su camino y yo lo seguí con la mirada, él se perdió por un momento y yo le perdí de vista. “¿Lo viste?”, me pregunto mi amiga. “Sí, lo vi.”, le respondí. Estaba aturdida, algo paso por mi mente en ese momento, y les propuse seguir al muchacho. Las convencí, aunque en realidad no tuve que decir mucho, todas estuvimos de acuerdo desde un principio. Era uno de esos pactos en el que no se necesitan palabras para saber lo que pretendíamos.

Lo seguimos por los pasillos. El vestía un jean azul y un polo, no recuerdo el color por que el mandil que tenia puesto no me dejo notarlo. Era estudiante de medicina, sin duda, era muy joven para ser un médico, luego comprobé que era cierto. Era un juego de espías. Nuestras miradas no lo perdían de vista, él gozaba de seis pares de ojos siguiéndolo por todos lados. Esa era la situación.

Seguimos con aquella posición absurda, pensando que no se daría cuenta del juego sucio que teníamos montado, pero era más que obvio que de eso ya se había percatado. En un descuido lo perdimos de vista y él siguiendo nuestros pasos regreso, nos miro, y rió. Una sonrisa que me dejo aún más petrificada. El sabía con perfección lo que sucedía así como el poder que tenía en sus manos.

Eran casi las dos de la tarde, luego de seguirlo tanto tiempo se dirigía hacia la salida principal. Paramos metros atrás y nos escondimos, en realidad no creo que el disimulo halla despistado las sospechas. Se volvió hacia nosotras, sonrió y con delicadeza se quito el mandil, la doblo y la guardo en su mochila. Se acomodo el polo y salio a prisa, fue un espectáculo que jamás olvidare.

Salimos detrás siguiéndole con sonrisas dibujadas en nuestros rostros, a lo mejor de vergüenza o talvez de nervios. Sólo pensaba en seguirlo y no me importaba lo demás, ni las criticas, ni los comentarios que pudiese recibir. Lo perseguí como quien persigue a un criminal tras el disfraz de un detective encubierto.

Estando fuera del hospital vimos que tomaba un carro, y con sorpresa note que dos de mis compañeras cruzaron la pista, cuando retornaron hacia nosotras nos dijeron: “tomo una combi en dirección a San Miguel.”

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