martes, abril 14, 2009

Quien quiere puede ver

El dolor es fuerte, un hincón recurrente me fastidia. No puedo dejar que esto me sosiegue. Que no me quite las ganas, que no me impida ser feliz por unos instantes. Aquellos preciosos momentos que me brinda la tranquilidad del árbol confortante, que me acoge con su bello formato cada noche de verano.

Llego un tanto cansada, ida, acongojada. De pronto le aconteció una salida y no pudo acompañarme. No tengo ganas de volver, no ahora. El dolor mataba, un hambre ligera se fue acrecentando, alimentos de un día anterior revoloteando en mi vientre. Ya eran casi las 5 por la tarde.

Caminata más larga, una vaga curiosidad y me incruste en aquella verde tonalidad. El silencio apremia y me concentro en esos versos, acompañada de una pluma, un cuaderno, un vaso lleno, una botella a medias y una galleta que calme el apetito. Dos almas, dos cuerpos sentados cada uno en su mesa, mirando un periódico o leyendo una novela. El primero se retira, y solo queda mi espíritu acoplado a la silla, tomando del vaso sorbos de inimaginable dolencia.

Confort y calidez, extraña cualidad de aquel recóndito espacio que pocos parecen hallar, estando a dos pasos de aquel árbol, de aquel paradero. Dos iris pendientes de mis actos, observando con cautela mis escritos, a lo lejos pero cerca, muy cerca. Y una mirada perdida mirando a lo lejos. Dos hermanos mirando distantes, una calle, un sendero, una intriga, un silencio. Una voz que a lo lejos se escucha llevada en el viento de aquel otoño, de aquella brisa que toca el cabello, que topa el rostro, y coagula el recuerdo.

Una voz que susurra con suave embelezo la palabra que anhelas al oído. Un “te quiero”, un “te extraño”, o simplemente “olvido”. Y entonces las hojas se agrupan, la hoja se llena con la fuerza de la tinta que la fuerza de las manos sitúa al bolígrafo. Y se habitúa sola en ese rincón, meditando de a poco, mientras absorbe el líquido que contiene el vaso en cuyo reflejo se ve el espasmo de una velada interminable.

Y entra entonces una graciosa figura, y toma posesión del periódico que uno de los pequeños sostuvo desde un principio. No quiere llenar el crucigrama solo se ríe con fútiles carcajadas. Mi mirada es de asombro en esos instantes, invadían mi espacio y retorcían mi consuelo. La tranquilidad se iba yendo, de a pocos con esa nada pulcra apariencia. Pero algo curioso va sucediendo, esa figura se hace notable y el pequeño suelta con el sus carcajadas, es familiar del mocoso. Es innegable.

Ya es tarde, las galletas se acaban, y no hay más líquido que beber. Se van guardando las cosas, la cartera se llena nuevamente, y voy sacando del monedero la paga por el servicio. Todo listo, acompañada entonces del silencio, me levanto con súbita calma y elocuencia, y solo atino a decir “Cóbrate”.

Parto entonces a sus brazos, el suave suspiro se apodera de mí. He de embarcarme entonces, y esperar a la distancia.

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