martes, octubre 17, 2006

Camino a casa

Durante el verano, las horas parecen inagotarse... Ningún destello de aire fresco roza en el rostro de quién viaja en un bus, de regreso e ida al hogar. La suma de olores, repentinos atropellos, y robos acuciosos son el pan de cada día.Alojarse en un pequeño espacio de no más de un metro por lado, y encontrarse cerca a un obeso que te roza sin querer, son sucesos que ameritan una llamada de atención.

El calor perdura, las ventanas están cerradas, los olores se impregnan y nadie reclama. "Apúrese señor que este carro parece una tortuga", es lo único que parece importar a una señora bien al saco que toma muy en cuenta lo de "el tiempo es oro". Observar ciertas actitudes resulta placentero, pero asimilar que el olfato se haya adecuado al repuganante olor a alas que arremete destruir el sentido propio, y que capta adeptos en las moscas que repentinamente aparecen, no resulta nada fácil.
"Toma asiento niña, yo ya bajo" me dice una dama muy atenta que se digna a bajar en la avenida Arequipa a escasas horas de la tarde. Arremetó contra la ventana, nadie esta a mi lado, "puedo respirar", pienso, mientras ubico la forma para sacar la nariz por algun orificio. Estoy más tranquila, hay pocos pasajeros y el aroma parece esfumarze despues de la bajada de una manada de ellos, en dirección al Rebagliati.

Una cuadra más adelante sube un hombre muy obeso. Aquél, no encontró mejor criterio que sentarse junto a mí y compartir ese pequeño espacio, cual nido de aves. De polera roja y pantalon oscuro, el tipo simula ser un guayruro. Pero esta vez la suerte no parece acompañarlo, junto a él se encuentra una joven impetuosa que no dudará en meterle un codazo si sus intenciones sobrepasan un típico roce no intencional.

Derroche de petulancia y presunción. El tipo saca del bolsillo un celular, la coloca cerca al oído y simula una llamada.. pero no cuenta con saldo suficiente, la operadora lo incrimina. La verguenza se apodera del rechoncho y su rostro se confunde con una manzana: roja, fresca y suave. Vuelve el celular al bolsillo luego cruza los brazos, sus ojos se rinden, los cierra y no los abre. La incomodidad no me deja estirar las piernas, sujeto mi codo izquierdo con la mano derecha, mientras los dedos de la primera extremidad juegan con mi cabello, revoloteando el envoltorio cenizo de mi cráneo.

Falta mucho para llegar a casa, el camino es largo y el gordinflón esta dormido, con la cabeza gacha y los brazos caídos. El sueño es contagioso y muy a pesar de mi esfuerzo, caígo rendida a los brazos del agotamiento. Contrapongo el deseo de cerrar los párpados con el indicio de que el gordo pudiéra despertar de manera abrupta. Sin embargo, mi pésadez es tanta que la primera derrota a la segunda por goleada.

Mi mente se nubla y al cerrar los ojos, apagó el deseo por permanecer atenta a las intenciones del cuerpo adiposo. No recuerdo más nada, un rotundo golpe en el hombro derecho, por parte del ventanal, me despierta y mi intéres por saber del gordo provoca que le busque la mirada. Cuando de pronto, ¡Oh... sorpresa!, no está a mi lado. Él ha bajado antes que yo, ¿donde?... no tengo la respuesta.

Ya solo faltan dos cuadras y me acomodo la cabellera, aquella que el ventarron que entra por mi ventana no se cansa en desacomodar. Me levanto y tomo postura, la velocidad del bus no detiene mi andar, por el contrario la acelera. No quiero salir despegada por la puerta, asi que tomo el pasamanos, engrasado por el sudor de palmas húmedas. Al bajar, siento el roce del aire no tan fresco pero despegado del aroma repugnante. El bus se va, no disipo rastro humano, debo esperar otro carro.



1 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya amiga, si que has representado un cotidiano día en el bus. Wow, si que es pésimo y aveces una tortura de la cual no nos podemos safar facilmente.
Que gusto leer tu texto amiga, te felicito.

De tu amiga: Caroll

 
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